EL CASTILLO
(Franz Kafka)
"Al llegar K. ya era tarde. Una nieve espesa cubría toda la aldea. La niebla y la noche ocultaban la colina, y ni un rayo de luz permitía ver el gran castillo. K. permaneció mucho tiempo sobre el puente de madera que llevaba de la carretera general al pueblo, los ojos levantados hacia aquellas alturas que parecían vacías.
Después fue a buscar alojamiento; los huéspedes aún no se habían acostado; no había habitación, pero, sorprendido y desconcertado por un cliente que llegaba tan tarde, el mesonero le propuso colocar un jergón en la sala. K. aceptó. Permanecían todavía allí algunos campesinos sentados a la mesa con sus jarras de cerveza, pero no deseaban hablar con nadie; él mismo fue a buscar el jergón al granero y se acostó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos callaban; los miró aún un poco parpadeando fatigosamente y después se durmió.
Pero no tardó en despertar. El mesonero se encontraba junto al lecho en compañía de un joven de ojos estrechos, de grandes cejas y ropas de ciudad que tenía aire de actor. Los labriegos seguían allí, algunos habían vuelto sus sillas para ver mejor. El joven se excusó muy educadamente por haber despertado a K. y se presentó como el hijo del alcalde del castillo, declarando después:
-Esta aldea pertenece al castillo; vivir o pernoctar aquí es en cierto modo hacerlo en el castillo. Nadie tiene derecho a hacerlo sin la autorización del conde. Usted no posee dicha autorización o, o por lo menos, no la ha mostrado.
K., que casi se había erguido, se peinó los cabellos, alzó los ojos hacia los dos hombres y dijo:
-¿En qué pueblo me he extraviado? ¿Existe, pues, un castillo aquí?
-Por supuesto -dijo pausadamente el joven, y algunos de los campesinos asintieron con la cabeza-, el castillo del conde Westwest.
-¿Aquí hay que tener una autorización para poder pasar aquí la noche? -preguntó K., como si intentara convencerse de que no era un sueño lo que se le dijo.
-Es indispensable -se le respondió; y el joven, extendiendo el brazo, preguntó, como para burlarse de K., al mesonero y a los clientes:
-¿O acaso no es necesario?
-Bien, iré a procurarme uno -dijo K. bostezando y apartando la manta para incorporarse.
-¿Sí? ¿Y de quién?
-Del señor conde -dijo K-, no me queda más remedio.
-¡Ahora! ¡A medianoche! ¿Ir a buscar la autorización del señor conde? -gritó el joven retrocediendo un paso.
-¿Es imposible? -preguntó K. con calma. Entonces ¿por qué me ha despertado?
El joven se puso fuera de sí.
¡Qué modales de vagabundo! -gritó-. ¡Exijo el debido respeto por las autoridades condales! Lo he despertado para decirle que debe abandonar los dominios del señor conde."...
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