(Robert L. Stevenson)
"Saber
lo que a uno le gusta marca el comienzo de la sabiduría y de
la madurez. La juventud es una edad totalmente experimental. La
esencia y el encanto de esa época ajetreada y deliciosa
residen tanto en la ignorancia de uno mismo como en la ignorancia de
la vida. Una y otra vez aúna el hombre joven estas dos
incógnitas, ya en un ligerísimo roce, ya en un abrazo
amargo; con un placer exquisito o con un dolor punzante; pero en
ningún caso con indiferencia, a la cual es totalmente ajeno, o
con ese sentimiento cercano a la indiferencia, la aceptación.
Si se trata de un joven sensible, que se excita con facilidad, el
interés por esta serie de experimentos excederá con
mucho el placer que de ellos derive. Aunque así lo crea, no
ama la belleza ni busca el placer; su objetivo será cumplir su
vida y degustar la diversidad del destino humano, y en ello hallará
suficiente recompensa. Porque hasta que la cuchilla de la curiosidad
se embota, todo lo que no es vida y búsqueda desaforada de
experiencias ofrece para él un rostro de repulsiva aridez que
difícilmente podrá evocar más tarde; o, de haber
alguna excepción –y el destino entra aquí en escena–,
es en los momentos en que, hastiado o ahíto de la actividad
primaria de los sentidos, revive en su memoria la imagen de los
placeres y las penas pasados. De esta suerte, rechaza las profesiones
rutinarias y se inclina
insensiblemente hacia la carrera del arte que solamente consiste en
saborear y dar cuenta de la experiencia.
Esto, que no es tanto
vocación por un arte cuanto impaciencia para con las restantes
ocupaciones honradas, se presenta frecuentemente aislado; y siendo
así, se va borrando con el paso de los años. Bajo
ningún concepto se le debe prestar atención, pues no es
una vocación, sino una tentación; y cuando, hace días,
su padre desaprobó de forma tan cruda (y a mi juicio) tan
certera su ambición, no es improbable que recordase un
episodio similar de su pasado. Porque acaso la tentación sea
tan frecuente como la vocación es rara. Además, hay
vocaciones imperfectas; hay hombres vinculados no tanto a un arte en
particular cuanto al ars artium general, base común de
todo arte creativo; ora se entregan a la pintura, ora estudian
contrapunto o pergeñan un soneto: todo con idéntico
interés, no pocas veces con conocimientos genuinos. Y de esta
disposición, cuando despunta, me resulta difícil
hablar; pero le aconsejaría dedicarse a las letras, pues, al
servicio de la literatura (red de tan amplia cabida), toda su
erudición pudiera serle útil algún día y,
si continuara trabajando y se convirtiera al cabo en uncrítico,
sabría utilizar las herramientas necesarias. Por último,
llegamos a esas vocaciones que son, a la vez, claras y decisivas; a
los hombres que llevan en las venas el amor a los pigmentos, la
pasión por el dibujo, el talento para la música o el
impulso de crear mediante las palabras, de la misma forma que otros,
o acaso los mismos, nacen amantes de la caza, el mar, los caballos o
el torno. Están predestinados; si un hombre ama su oficio con
independencia del éxito u la fama, los dioses han llamado a su
puerta. Tal vez posea una vocación más amplia: sienta
debilidad por todas las artes, y pienso que a menudo éste es
el caso; pero es en esa disciplinada entrega a una sola, en el
entusiasmo inquebrantable por los logros técnicos y (quizá
por encima de todo) en la candorosa actitud con que acomete su
insignificante empresa con una gravedad propia de los cuidados del
imperio y estima valioso conseguir, a cualquier coste de trabajo y
tiempo, la mejora más insignificante, donde hallamos huellas
de su vocación."...
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