jueves, 2 de febrero de 2012

Bellos Comienzos

VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO
Julio Verne)

   "El año 1866 se caracterizó indudablemente por un acontecimiento excepcional, por un fenómeno inexplicable, que seguramente no ha sido olvidado por nadie. Aparte de los rumores que conmovieron a los habitantes de los puertos y que sobreexcitaron a la opinión pública en el interior de los continentes, las gentes del mar se sintieron particularmente afectadas por el suceso. Tanto los negociantes, los armadores, los directores y el personal de las empresas marítimas de Europa y América, como los capitanes y demás oficiales de las marinas de todos los países, y con ellos los Gobiernos de los diversos Estados de ambos continentes, prestaron al hecho su más alto interés.
   En efecto, desde hacía algún tiempo los navíos habían venido topándose en el mar con "una cosa enorme", un objeto largo y fusiforme, en algunas ocasiones fosforescente, e infinitamente más voluminoso y veloz que una ballena.
   Los detalles relativos a semejante aparición, consignados en los diferentes cuadernos de bitácora, coincidían con bastante exactitud en todo lo concerniente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la incalculable y sorprendente rapidez de sus movimientos, a la increíble potencia de su locomoción y a la vida particular de que parecía estar dotado. Si se trataba de un cetáceo, su tamaño excedía a la de todos aquellos que la ciencia había clasificado hasta entonces. Ni Cuvier, ni Lacépede, ni Dumeril, ni Quatrefages, hubieran admitido la existencia de tal monstruo sin haberlo visto de una forma concreta con sus propios ojos de especialistas en la materia.
   Aceptando el término medio de las observaciones realizadas, desechando las tímidas evaluaciones que asignaban al objeto una longitud de doscientos pies, y rechazando al mismo tiempo los cálculos exagerados que le suponían una milla de anchura por tres de largo, podía muy bien afirmarse que aquel ser fenomenal, en caso de ser cierta su existencia, rebasaba con mucho las mayores dimensiones entre todas las admitidas hasta aquel momento por los ictiólogos.
   Su existencia era por tanto evidente, el hecho en sí no podía negarse, y la emoción producida en el mundo entero por tan sobrenatural aparición resultaba mas que comprensible, sobre todo si se tiene en cuenta la inclinación que el cerebro humano siente por todo aquello que sea susceptible de ser denominado como maravilloso. Ni que decir tiene que cualquier pretensión de relegar el suceso a la simple categoría de las fábulas hubiera resultado un esfuerzo inútil."...
 

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