YO EL SUPREMO
(Augusto Roa Bastos)
Yo el supremo Dictador de la República.
Ordeno que al acaecer mi muerte mi ca-
dáver sea decapitado; la cabeza puesta
en una pica por tres días en la Plaza
de la República donde se convocará al
pueblo al son de las campanas echadas
a vuelo.
Todos mis servidores civiles y milita-
res sufrirán pena de horca. Sus cadáve-
res serán enterrados en potreros de ex-
tramuros sin cruz ni marca que memore
sus nombres.
Al término de dicho plazo, mando que
mi restos sean quemados y las cenizas
arrojadas al río...
¿Dónde encontraron eso? Clavado en la puerta de la catedral, Excelencia. Una partida de granaderos lo descubrió esta madrugada y lo retiró llevándolo a la comandancia. Felizmente nadie alcanzó a leerlo. No te he preguntado eso ni es cosa que importe. Tiene razón, Usía, la tinta de los pasquines se vuelve agria más pronto que la leche. Tampoco es hoja de gaceta porteña ni arrancada de libros, señor, ¡Qué libros va haber aquí fuera de los míos! Hace mucho tiempo que los aristócratas de las veinte familias han convertido los suyos en naipes. Allanar las casas de los antipatriotas. Los calabozos, ahí en los calabozos, vichea en los calabozos. Entre esas ratas uñudas greñudas puede hallarse el culpable. Apriétales los refalsos a esos falsarios. Sobre todo a Peña y a Molas. Traéme las cartas en las que Molas me rinde pleitesía durante el Primer Consulado, luego durante la Primera Dictadura. Quiero releer el discurso que pronunció en la Asamblea de año 14 reclamando mi elección de Dictador. Muy distinta es su letra en la minuta del discurso, en las instrucciones a los diputados, en la denuncia en la que años más tarde acusará a un hermano por robarle ganado en su estancia de Altos. Puedo repetir lo que dicen esos papeles, Excelencia. No te he pedido que me vengas a recitar los millares de expedientes, autos, providencias del archivo. Te he ordenado simplemente que me traigas el legajo de Mariano Antonio Molas. Traéme también los panfletos de Manuel Pedro de Peña. ¡Sicofantes rencillosos! Se jactan de haber sido el verbo de la Independencia. ¡Ratas! Nunca la entendieron. Se creen dueños de sus palabras en los calabozos. No saben más que chillar. No han enmudecido todavía...
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