lunes, 12 de marzo de 2012

HISTORIA DE MI VIDA
(Anton Chejov)

   "El jefe de la oficina me dijo: 
-A no ser por lo mucho que estimo a su honorable padre, le habría hecho a usted emprender el vuelo hace tiempo. 
Y yo le contesté: 
-Me lisonjea en extremo su excelencia al atribuirme la facultad de volar. 
Su excelencia gritó, dirigiéndose al secretario: 
-¡Llévese usted a ese señor, me ataca de los nervios! 
A los dos días me pusieron de patitas en la calle. 
Desde que era mozo había yo cambiado ocho veces de empleo. Mi padre, arquitecto del Ayuntamiento, estaba desolado. A pesar de que todas las veces que había yo servido al Estado lo había hecho en distintos ministerios, mis empleos se parecían unos a otros como gotas de agua: mi obligación era permanecer sentado horas y horas ante la mesa-escritorio, escribir, oír observaciones estúpidas o groseras y esperar la cesantía. 
Con motivo de la pérdida de mi último destino tuve, como es natural, una explicación enojosa con el autor de mis días. Cuando entré en su despacho, estaba hundido en su profundo sillón y tenía los ojos cerrados. En su rostro enjuto, de mejillas rasuradas y azules, parecido al de un viejo organista católico, se pintaba la sumisión al destino. 
Sin contestar a mi saludo, me dijo: 
-Si tu madre, mi querida esposa, viviera todavía, serías para ella origen constante de disgustos y de bochornos. Dios, en su infinita sabiduría, ha cortado el hilo de su existencia para evitarle terribles decepciones. 
Calló un instante y añadió: 
-Dime, desgraciado, ¿qué voy a hacer contigo? 
Antes, cuando yo era más joven, mis deudos y mis conocidos sabían lo que se podía hacer conmigo: unos me aconsejaban que ingresara en el ejército; otros, que me colocase en una farmacia; otros, que me colocase en en telégrafos. Pero a la sazón, cuando yo ya tenía veinticinco años cumplidos y algunos cabellos grises en las sienes, lo que se podía hacer conmigo era un misterio para todos: había estado yo empleado en telégrafos, en una farmacia, en numerosas oficinas; había agotado los medios de ganarme, como decía mi padre, honorablemente la vida. Y todos los que me rodeaban me consideraban hombre al agua y sacudían la cabeza, al mirarme de un modo compasivo. 
-Bueno, ¿qué vas a hacer ahora? -continuó mi padre- A tu edad, los jóvenes ocupan ya una buena posición social, y tú no eres más que un proletario, un miserable que no sabe ganarse honorablemente la vida y que vive como un parásito a expensas de su padre. 
Luego se extendió en largas consideraciones sobre su tema favorito: la perdición de la juventud contemporánea a causa de su falta de religión, de su materialismo y de su arrogancia. Los jóvenes de mi época, al decir del autor de mis días, se entregaban de lleno a los placeres, a las ideas perversas y a los espectáculos teatrales de aficionados, que el gobierno debía prohibir, puesto que no servían más que para apartar a la gente moza de la religión y del deber. 
-Mañana -terminó diciendo- iremos juntos a ver a tu jefe, a quien le pedirás perdón y le prometerás ser en adelante un empleado modelo. No puedes, en manera alguna, renunciar a tu posición social. 
Yo no esperaba nada nuevo del sesgo que tomaba la plática, pero contesté: 
-¡Oigame usted, padre, se lo ruego! Eso que llama usted posición social no es sino el privilegio del capital y de la construcción. Los que no tienen ni una ni otra cosa se ganan el pan con un trabajo físico, y no sé en virtud de que razones no me lo he de ganar yo así"....

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